-Hay algo raro aquí -dijo él, desde el primer momento.
-¿Por qué? No, sólo es que recién llegué a casa -respondía yo, como si no pasara nada-. Debes entender que yo soy así: fría, no demuestro mucho mis sentimientos. No soy como tú. Yo soy práctica, soy más calculadora, en el sentido que veo las cosas inmediatas. No más allá. ¿Me entiendes?
-Ah, ya, una mujer con corazón de piedra… ja, ja -bromeó sin creerme.
-Es cierto -dije-. ¿Para qué te voy a mentir…? Nunca me he enamorado. No sé qué es amar.
No respondió nada.
Salíamos juntos y lo pasábamos muy bien, ambos.
Una tarde, después de ir al supermercado a comprar unas cosas para la casa, mientras pasábamos por la calle, habían unos hombres alcohólicos sentados en la vereda. Uno de ellos nos miraba, dijo: “Cuídela. La pareja del año”.
Lo miramos y seguimos caminando.
-¿Escuchaste lo que dijo el “borrachito” -le pregunté.
-Sí -dijo, sin tomarle mayor asunto y seguimos caminando tomados de la mano y conversando de otras cosas.
Al llegar a la esquina, el semáforo dio rojo y esperamos. Él, graciosamente, me miró y dijo: “Hay que aprovechar el tiempo”, me tomó y me besó efusivamente. Correspondí el beso como debía ser. Nos complementábamos muy bien aparentemente, era lo que Cristian pensaba, pues no me conocía. Después le sonreí.
-¿Cuántos hijos te gustaría tener? -le pregunté.
-Dos, ojalá un hombre y una mujer -dijo convencido.
Me gustaría que mi hijo se llamara Javier -agregó.
-¿Javier? No…
-¿Por qué, no te gusta? ¿Conociste algún Javier? -me preguntó atento.
-Sí. No me gusta Javier –respondí, dando el tema por terminado.
-¿Sabes? Me gustas porque eres un tipo interesante, nunca había encontrado un hombre inteligente, como tú. Contigo puedo hablar de todo y me gusta –le dije, seriamente.
Cristian sólo rió.
Entramos a un parque. A él le encantaba la naturaleza. Se relajaba mucho estando en cualquier parque, plaza o placilla, siempre que tuviera pasto, árboles y mucho, mucho verde, estaba feliz.
Nos sentamos en una banca y abrazados nos besamos largamente.
-¿Cómo te gustan las mujeres? –le pregunté.
Rió y dijo: “¿Y esa pregunta por qué…? ¿Vas a presentarme alguna amiga? Porque si es así, estoy disponible…” –bromeó.
-No, no –le dije y reí tímida, pareciendo no haber querido preguntar eso.
-Me gustan como tú –dijo mirándome a los ojos.
-¿Cómo, como yo?
-Como tú, sólo como tú. Me encantas –respondió sin querer profundizar más en la respuesta, pero yo sabía que estaba contento de haberme conocido, así es que no quise indagar más. Parecía creer conocerme bastante. Y creía que yo era “perfecta”.
Entonces le dije: “Cristian Bascuñan, ¿quieres comprometerte con esta tipa?”.
Me miró a los ojos con una sonrisa. No me dijo nada en unos segundos, mientras, me miraba. Y finalmente dijo que sí. Rodeó mi cara con sus manos y me besó.
-¿Eres feliz? –me preguntó.
-Sí –le dije, segura-. Más ahora que estoy aquí, contigo. Quizá sólo me falte algo, que espero completar ahora. Creo que lo estoy cumpliendo –le dije pensando en nosotros.
-Yo también, me considero un hombre afortunado.
Nos abrazamos.
Sólo quería estar con él. Lo necesitaba. Además, nos veíamos tan bien. Era guapo.
Un día sonó mi celular y era él.
-Te quiero –me dijo.
-Yo también, mucho, harto –le dije.
Creo que aún le llamaba la atención que no lo llamara amor, mi amor o algo así, demostrando más afecto. Para mí era mi… flaco. Aunque no era tan flaco, no me gustaban los hombres flacos. Cuando yo le decía “mi flaco”, parecía no gustarle… sentía que quería que le dijera otra cosa. Pero no. Él seguía siendo “mi flaco”. Sé que le gusto mucho. Es un buen hombre. No encontraré muy fácil un hombre como él. Era guapo, inteligente, buena persona, fiel… lo que suelen llamar “un buen partido” y estaba dispuesto a amarme sólo a mí. Lo notaba. Quizá, definitivamente, no encontraría otro como él. Pero él sí encontraría a muchas como yo.
Una tarde de sábado, me sentía extraña. No me había llamado en tres días y eso era aún más extraño, pues él siempre lo hacía, yo no. Entonces quise salir a caminar al parque. Como es común ver, había bastantes parejas. Yo estaba sola y lo llamé.
-Hola, ¿cómo estás?
-Hola, ¡bien! ¿Y tú? –dijo.
-Bien, sólo que no había querido llamarte antes. Sé que estás ocupado.
-Sí, pero no todo es trabajo. ¿Dónde estás?
-En el parque. Quise venir a caminar.
-¿Con quién?
-Sola.
-¡Me hubieses llamado! ¿Qué vas a hacer ahora?
-Nada. Quería que nos juntáramos.
-Ya. Podrías aprovechar de acompañarme a sacar unas fotos para el proyecto que estoy haciendo.
-Bueno –le dije, pareciendo querer ser complaciente.
Quedamos en eso, pero luego me arrepentí. No quería eso. No quería salir, realmente, pero sí, verlo. Quería verlo y que estuviéramos juntos. Preferí llamarlo y decirle que no podría acompañarlo. Que no me sentía muy bien. Él se preocupó.
-¿Pero qué te pasa? –me preguntó.
-No lo sé, sólo no me siento muy bien –respondí. Quizá la respuesta era que la independencia también tenía su lado ingrato: la soledad.
-Ya, entonces voy a verte –dijo.
-No, pero tú debes ir por las fotos para tu proyecto.
-Las fotos pueden esperar –dijo y me encantó.
Ese día estuvimos juntos todo el día.
-¿Te quedarás a dormir conmigo? –le pregunté.
-Bueno, si lo quieres, me quedo –dijo abrazándome.
Juntos todo el día y toda la noche. Él aplazaba todo lo que tenía que hacer por mí. No le importaba nada, ni la hora, ni los deberes. Eso me preocupaba.
Sin que yo se lo pidiera, actuaba como yo quería. No era un tipo violento, ni menos de armar problemas… me gustaba.
No me pedía mayores explicaciones, pero yo sabía que seguía con sus presentimientos. No era tonto y algo había.
Al otro día nos despertamos, desayunamos en la cama y luego se fue a su casa.
Durante la semana no lo llamé ni quise contestar sus llamadas. La situación ya no podía seguir adelante. No lo amaba. Él se daba cuenta de eso y, lo peor, también se daba cuenta de que no lo llegaría a amar, lo presentía. Y tenía razón, yo no estaba dispuesta a eso. No quería hacerlo, no sé por qué. Él no merecía eso. Se daba cuenta de cómo era yo. Se daba cuenta porque él conoció el amor, conoció el que lo amaran de verdad. Su pareja anterior estaba muy enamorada de él. Ese, yo creo, fue el principal motivo de sus presentimientos. Me jugaba en contra. Gracias a eso podía compararme, podía ver todo lo que yo no hacía y que ella sí había hecho por él: cómo lo quiso, lo pendiente que estuvo de él, la entrega que yo no le estaba dando. Eso fue lo que delató que la relación no funcionaba y no siguiera, porque él lo sabía y luchaba para no ser tan obvio y no parecer querer entregarse por completo a mí, más allá de lo que yo quería, porque sabía que conmigo iba a sufrir. En realidad yo no quería recibir más. Por eso frenaba, a ratos, sus ímpetus de estar conmigo y de decirme lo locamente enamorado que estaba de mí. No quería decírmelo, porque yo no le diría lo mismo. A mí me gustaba, pero él frenaba sus sentimientos para no sufrir. Forzaba la situación por mí. Él cuando amaba, amaba sin límites, se entregaba por completo. Yo no. Yo no era así, nunca lo he sido, y sólo lo iba a hacer sufrir. Él merece una buena tipa, que lo ame. Yo no sirvo para él y él no sirve para mí. Yo necesito a alguien que no involucre sentimientos, cosa que no sufra. Yo no encontraré otro como él, pero sí encontraré a muchos como yo.
-¿Por qué? No, sólo es que recién llegué a casa -respondía yo, como si no pasara nada-. Debes entender que yo soy así: fría, no demuestro mucho mis sentimientos. No soy como tú. Yo soy práctica, soy más calculadora, en el sentido que veo las cosas inmediatas. No más allá. ¿Me entiendes?
-Ah, ya, una mujer con corazón de piedra… ja, ja -bromeó sin creerme.
-Es cierto -dije-. ¿Para qué te voy a mentir…? Nunca me he enamorado. No sé qué es amar.
No respondió nada.
Salíamos juntos y lo pasábamos muy bien, ambos.
Una tarde, después de ir al supermercado a comprar unas cosas para la casa, mientras pasábamos por la calle, habían unos hombres alcohólicos sentados en la vereda. Uno de ellos nos miraba, dijo: “Cuídela. La pareja del año”.
Lo miramos y seguimos caminando.
-¿Escuchaste lo que dijo el “borrachito” -le pregunté.
-Sí -dijo, sin tomarle mayor asunto y seguimos caminando tomados de la mano y conversando de otras cosas.
Al llegar a la esquina, el semáforo dio rojo y esperamos. Él, graciosamente, me miró y dijo: “Hay que aprovechar el tiempo”, me tomó y me besó efusivamente. Correspondí el beso como debía ser. Nos complementábamos muy bien aparentemente, era lo que Cristian pensaba, pues no me conocía. Después le sonreí.
-¿Cuántos hijos te gustaría tener? -le pregunté.
-Dos, ojalá un hombre y una mujer -dijo convencido.
Me gustaría que mi hijo se llamara Javier -agregó.
-¿Javier? No…
-¿Por qué, no te gusta? ¿Conociste algún Javier? -me preguntó atento.
-Sí. No me gusta Javier –respondí, dando el tema por terminado.
-¿Sabes? Me gustas porque eres un tipo interesante, nunca había encontrado un hombre inteligente, como tú. Contigo puedo hablar de todo y me gusta –le dije, seriamente.
Cristian sólo rió.
Entramos a un parque. A él le encantaba la naturaleza. Se relajaba mucho estando en cualquier parque, plaza o placilla, siempre que tuviera pasto, árboles y mucho, mucho verde, estaba feliz.
Nos sentamos en una banca y abrazados nos besamos largamente.
-¿Cómo te gustan las mujeres? –le pregunté.
Rió y dijo: “¿Y esa pregunta por qué…? ¿Vas a presentarme alguna amiga? Porque si es así, estoy disponible…” –bromeó.
-No, no –le dije y reí tímida, pareciendo no haber querido preguntar eso.
-Me gustan como tú –dijo mirándome a los ojos.
-¿Cómo, como yo?
-Como tú, sólo como tú. Me encantas –respondió sin querer profundizar más en la respuesta, pero yo sabía que estaba contento de haberme conocido, así es que no quise indagar más. Parecía creer conocerme bastante. Y creía que yo era “perfecta”.
Entonces le dije: “Cristian Bascuñan, ¿quieres comprometerte con esta tipa?”.
Me miró a los ojos con una sonrisa. No me dijo nada en unos segundos, mientras, me miraba. Y finalmente dijo que sí. Rodeó mi cara con sus manos y me besó.
-¿Eres feliz? –me preguntó.
-Sí –le dije, segura-. Más ahora que estoy aquí, contigo. Quizá sólo me falte algo, que espero completar ahora. Creo que lo estoy cumpliendo –le dije pensando en nosotros.
-Yo también, me considero un hombre afortunado.
Nos abrazamos.
Sólo quería estar con él. Lo necesitaba. Además, nos veíamos tan bien. Era guapo.
Un día sonó mi celular y era él.
-Te quiero –me dijo.
-Yo también, mucho, harto –le dije.
Creo que aún le llamaba la atención que no lo llamara amor, mi amor o algo así, demostrando más afecto. Para mí era mi… flaco. Aunque no era tan flaco, no me gustaban los hombres flacos. Cuando yo le decía “mi flaco”, parecía no gustarle… sentía que quería que le dijera otra cosa. Pero no. Él seguía siendo “mi flaco”. Sé que le gusto mucho. Es un buen hombre. No encontraré muy fácil un hombre como él. Era guapo, inteligente, buena persona, fiel… lo que suelen llamar “un buen partido” y estaba dispuesto a amarme sólo a mí. Lo notaba. Quizá, definitivamente, no encontraría otro como él. Pero él sí encontraría a muchas como yo.
Una tarde de sábado, me sentía extraña. No me había llamado en tres días y eso era aún más extraño, pues él siempre lo hacía, yo no. Entonces quise salir a caminar al parque. Como es común ver, había bastantes parejas. Yo estaba sola y lo llamé.
-Hola, ¿cómo estás?
-Hola, ¡bien! ¿Y tú? –dijo.
-Bien, sólo que no había querido llamarte antes. Sé que estás ocupado.
-Sí, pero no todo es trabajo. ¿Dónde estás?
-En el parque. Quise venir a caminar.
-¿Con quién?
-Sola.
-¡Me hubieses llamado! ¿Qué vas a hacer ahora?
-Nada. Quería que nos juntáramos.
-Ya. Podrías aprovechar de acompañarme a sacar unas fotos para el proyecto que estoy haciendo.
-Bueno –le dije, pareciendo querer ser complaciente.
Quedamos en eso, pero luego me arrepentí. No quería eso. No quería salir, realmente, pero sí, verlo. Quería verlo y que estuviéramos juntos. Preferí llamarlo y decirle que no podría acompañarlo. Que no me sentía muy bien. Él se preocupó.
-¿Pero qué te pasa? –me preguntó.
-No lo sé, sólo no me siento muy bien –respondí. Quizá la respuesta era que la independencia también tenía su lado ingrato: la soledad.
-Ya, entonces voy a verte –dijo.
-No, pero tú debes ir por las fotos para tu proyecto.
-Las fotos pueden esperar –dijo y me encantó.
Ese día estuvimos juntos todo el día.
-¿Te quedarás a dormir conmigo? –le pregunté.
-Bueno, si lo quieres, me quedo –dijo abrazándome.
Juntos todo el día y toda la noche. Él aplazaba todo lo que tenía que hacer por mí. No le importaba nada, ni la hora, ni los deberes. Eso me preocupaba.
Sin que yo se lo pidiera, actuaba como yo quería. No era un tipo violento, ni menos de armar problemas… me gustaba.
No me pedía mayores explicaciones, pero yo sabía que seguía con sus presentimientos. No era tonto y algo había.
Al otro día nos despertamos, desayunamos en la cama y luego se fue a su casa.
Durante la semana no lo llamé ni quise contestar sus llamadas. La situación ya no podía seguir adelante. No lo amaba. Él se daba cuenta de eso y, lo peor, también se daba cuenta de que no lo llegaría a amar, lo presentía. Y tenía razón, yo no estaba dispuesta a eso. No quería hacerlo, no sé por qué. Él no merecía eso. Se daba cuenta de cómo era yo. Se daba cuenta porque él conoció el amor, conoció el que lo amaran de verdad. Su pareja anterior estaba muy enamorada de él. Ese, yo creo, fue el principal motivo de sus presentimientos. Me jugaba en contra. Gracias a eso podía compararme, podía ver todo lo que yo no hacía y que ella sí había hecho por él: cómo lo quiso, lo pendiente que estuvo de él, la entrega que yo no le estaba dando. Eso fue lo que delató que la relación no funcionaba y no siguiera, porque él lo sabía y luchaba para no ser tan obvio y no parecer querer entregarse por completo a mí, más allá de lo que yo quería, porque sabía que conmigo iba a sufrir. En realidad yo no quería recibir más. Por eso frenaba, a ratos, sus ímpetus de estar conmigo y de decirme lo locamente enamorado que estaba de mí. No quería decírmelo, porque yo no le diría lo mismo. A mí me gustaba, pero él frenaba sus sentimientos para no sufrir. Forzaba la situación por mí. Él cuando amaba, amaba sin límites, se entregaba por completo. Yo no. Yo no era así, nunca lo he sido, y sólo lo iba a hacer sufrir. Él merece una buena tipa, que lo ame. Yo no sirvo para él y él no sirve para mí. Yo necesito a alguien que no involucre sentimientos, cosa que no sufra. Yo no encontraré otro como él, pero sí encontraré a muchos como yo.
Un relato muy bien armado, tan bien contada es la historia que se lee con gran fluidez.
ReplyDeleteEste tipo de casos suele darse más veces de las que uno imagina. Alguien adquiee un mayor compromiso y vínculo que el otro. Lo lamentable de esto es cuando ambas personas se dan cuenta de esto y concientemente deben decidir que camino tomar.
El tipo seguramente queda complicado, pero esto puede significar sólo un tropiezo...aún queda mucho camino (si así lo quiere ver).
Saludos!
Me da la impresión que él sufrió harto... y ella... dan ganas de entrevistarla para saber cómo siguió su vida adelante... conoció a otros Cristianes Bascuñanes o se sentiría luego embarcada, ahora sí en un amor de esos que te parten el alma?
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