¿Periodistas botados a literatos? Hay quienes ven con cierta displicencia la unión de estos dos oficios; ya sea porque sienten algún tipo de amenaza a su propio trabajo, porque creen que son dos cosas absolutamente distintas e incompatibles o quizás, directamente, porque se puede confundir la realidad con la invención. Sin embargo, la relación existe y ha sido un éxito, por ejemplo, en el periodista y escritor peruano Mario Vargas Llosa (1936), quien ha declarado que el periodismo fue crucial para narrar las historias de sus novelas. “El periodismo es muy importante y algo muy próximo a la literatura. Se lo digo porque es mi propia experiencia. Yo comencé haciendo periodismo cuando era muy jovencito y he seguido haciendo periodismo toda mi vida. Creo que buena parte de los libros que he escrito no los hubiera podido escribir sin las experiencias que yo viví gracias al periodismo”, dijo en una conferencia en México (1).
Claramente son dos disciplinas diferentes; el periodismo se rige de parámetros más específicos y concretos que la literatura. Tiene ciertas reglas a seguir, ciertos modelos de estructura para lo que se cuenta y lo contado debe tener bases comprobables, estrecha relación con los hechos ocurridos. Es un lenguaje más directo y debe ser preciso. En cambio, en la literatura no. En ésta hay mucha más libertad, sin duda, y es válido mezclar datos reales con ficción.
En la literatura lo complicado no está en mezclar realidad con ficción, al contrario; lo alimenta, pero sí en periodismo. Y para esto cabe mencionar el caso de Janet Cooke, ex periodista, que en 1981 realizó un conocido reportaje para The Washington Post en donde contaba la historia de un niño al cual sus padres le daban heroína para que no “molestara”. Por este reportaje, Cooke recibió el premio Pulitzer de periodismo y desde ese entonces todos quisieron conocer a Jimmy, el chico al cual sus padres drogaban, pero resultó que la historia existió sólo en la mente de la periodista. Cuento corto, tuvo que devolver el Pulitzer y dejar la profesión (2). El caso provocó tal revuelo en el periodismo y en la literatura que incluso Gabriel García Márquez se pronunció en el tema: “...lo malo es que en periodismo un sólo dato falso desvirtúa sin remedio a los datos verídicos. En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas las criaturas más fantásticas. La norma tiene injusticias de ambos lados: en periodismo hay que apegarse a la verdad, aunque nadie la crea, y en cambio en literatura se puede inventar todo, siempre que el autor sea capaz de hacerlo creer como si fuera cierto” (3).
Vargas Llosa, para explicar la relación, hace distinción en que el periodismo usa el lenguaje como herramienta para dar cuenta de una realidad externa a él. En la literatura, en cambio, se emplea el lenguaje para recrear un mundo que puede no existir más allá de las propias palabras del autor (4). Y eso no es todo, en la misma línea, ha declarado que entre el escritor de ficción (el que pasa la mayor parte del tiempo en su escritorio) y el periodista, prefiere el mundo del periodista por las “experiencias compartidas” (5), por la retroalimentación que se produce entre el periodista y los entrevistados.
El escritor peruano celebra el hecho de cazar las historias in situ porque ahí está el verdadero trabajo, y no en crear una historia en la mente que sería lo más cómodo. Por ejemplo, en La tía Julia y el escribidor, novela principalmente biográfica, cuenta su experiencia tras trabajar en la Radio Panamericana de Lima, en 1953. Personificado en Pedro Camacho, menciona su relación con la literatura y las inquietudes propias de identificarse a sí mismo como escritor por la desvalorización social que alguna vez sintió. Además cuenta anécdotas en distintos medios de comunicación en los que trabajó y pistas de cómo fue su primer matrimonio. Reconoce haber querido alternar capítulos de pura realidad con otros de invento, pero que en la práctica fue imposible, ya que, según dice, “el elemento imaginario se filtra, se instala y se incorpora irremediablemente a lo que uno escribe” (6). Y pasa lo mismo con los capítulos supuestamente de pura invención en donde la realidad se inmiscuye. Ese es el privilegio del cual se puede hacer uso y abuso si se trata de literatura.
Vargas Llosa declara haber descubierto la importancia de la forma en la literatura leyendo a Faulkner. Según dice, todo va en cómo se cuenta la historia, lo que se elige resaltar y lo que se esconde, sobre qué quieres persuadir, porque hasta “en un gran reportaje o una crónica, también la forma da o quita interés y persuasión al texto”, recalca (7).
El chileno Joaquín Edwards Bello (1887-1968) es otro ejemplo de periodistas que han incursionado en la literatura. En 1943 ganó el Premio Nacional de Literatura y años más tarde, en 1959, recibió el Premio Nacional de Periodismo (8). El trabajo literario que desempeñó se lo debió, en gran parte, al periodismo ya que fue su base en materia narrativa para publicar novelas posteriormente. Poseedor de una pluma ácida y denunciante fueron sus principales características, que le permitieron describir una sociedad arribista, siútica, esnob y doble standard.
Ridiculizó tanto el comportamiento de la clase alta como el de los sectores bajos. Asimismo, su desempeño en el periodismo y en la literatura lo obligaron a abstraerse, debido a que sus comentarios no eran bien recibidos en ninguna parte. Por eso algunas repercusiones de sus novelas como El Roto o El inútil (1919) le trajeron grandes dificultades y, con esta última, se vio obligado a buscar refugio en Brasil, por lo menos hasta que se calmaron las aguas, ya que aludía a la estratificación social en la que estaba inmerso e indirectamente a su familia (9). Trabajó para medios como la revista Pluma y Pincel y el diario La Nación, entre otros. Durante 23 años escribió crónicas, mientras era corresponsal de guerra en Europa; lo que también le permitió cubrir la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española (10).
Con respecto a cómo afectó su paso por el periodismo su literatura, más bien diría que ambas disciplinas se favorecieron, se nutrieron mutuamente. Sin embargo, yendo más lejos, en este caso particular, me atrevería a decir que aquí el principal afectado fue él mismo, porque fue una víctima de sus letras; es decir, de lo que escribió en periodismo y en sus novelas. La frase “…descubrir, donde antes había solo un hecho, al ser humano que está detrás de ese hecho, a la persona de carne y hueso afectada por los vientos de la realidad...” (11), parece describir a Edwards y la fórmula que tenía de ver las cosas. El hecho de ser un buen observador le facilitó caracterizar el modelo de una sociedad compleja, pero que le dio la espalda, incluso su familia. “Joaquín fue un gran fracaso, un fracaso con grandeza, porque nunca llegó a ser el escritor que quería ser, no fue Zola ni Eça de Queiroz…”, dijo Jorge Edwards, su sobrino (12).
J. E. Bello renegó de su condición social y no quiso seguir el camino de las leyes ni de los negocios como se lo establecía su familia. A cambio prefirió la literatura y, poco a poco, se fue aislando de sus lazos sanguíneos. Su sobrino agrega: “Cuando en mi familia hablaban de él, decían el inútil de Joaquín, el vago de Joaquín, el degenerado de Joaquín. Lo detestaban y él los detestaba”. Edwards Bello vivió con la idea de que no pertenecía a donde nació y despotricó todo lo que lo rodeó. Era rechazado donde quiera que fuese. Quizás por eso sintió la necesidad, hasta en sus últimos días, de decirles a sus amigos que él se encargaría de acabar consigo mismo; “Si alguna vez me suicido, digan que fue así. Si no van a correr el mito, en este país de mitómanos, de que me asesinaron” (13). Vivió con la paranoia de que el resto seguiría atentando contra él y dirían que lo asesinaron; por eso, como en la literatura, Joaquín Edwards Bello quiso poder escribir el fin de su propia historia. Y como en el periodismo, no quiso mentiras. Dicho y hecho.
Claramente son dos disciplinas diferentes; el periodismo se rige de parámetros más específicos y concretos que la literatura. Tiene ciertas reglas a seguir, ciertos modelos de estructura para lo que se cuenta y lo contado debe tener bases comprobables, estrecha relación con los hechos ocurridos. Es un lenguaje más directo y debe ser preciso. En cambio, en la literatura no. En ésta hay mucha más libertad, sin duda, y es válido mezclar datos reales con ficción.
En la literatura lo complicado no está en mezclar realidad con ficción, al contrario; lo alimenta, pero sí en periodismo. Y para esto cabe mencionar el caso de Janet Cooke, ex periodista, que en 1981 realizó un conocido reportaje para The Washington Post en donde contaba la historia de un niño al cual sus padres le daban heroína para que no “molestara”. Por este reportaje, Cooke recibió el premio Pulitzer de periodismo y desde ese entonces todos quisieron conocer a Jimmy, el chico al cual sus padres drogaban, pero resultó que la historia existió sólo en la mente de la periodista. Cuento corto, tuvo que devolver el Pulitzer y dejar la profesión (2). El caso provocó tal revuelo en el periodismo y en la literatura que incluso Gabriel García Márquez se pronunció en el tema: “...lo malo es que en periodismo un sólo dato falso desvirtúa sin remedio a los datos verídicos. En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas las criaturas más fantásticas. La norma tiene injusticias de ambos lados: en periodismo hay que apegarse a la verdad, aunque nadie la crea, y en cambio en literatura se puede inventar todo, siempre que el autor sea capaz de hacerlo creer como si fuera cierto” (3).
Vargas Llosa, para explicar la relación, hace distinción en que el periodismo usa el lenguaje como herramienta para dar cuenta de una realidad externa a él. En la literatura, en cambio, se emplea el lenguaje para recrear un mundo que puede no existir más allá de las propias palabras del autor (4). Y eso no es todo, en la misma línea, ha declarado que entre el escritor de ficción (el que pasa la mayor parte del tiempo en su escritorio) y el periodista, prefiere el mundo del periodista por las “experiencias compartidas” (5), por la retroalimentación que se produce entre el periodista y los entrevistados.
El escritor peruano celebra el hecho de cazar las historias in situ porque ahí está el verdadero trabajo, y no en crear una historia en la mente que sería lo más cómodo. Por ejemplo, en La tía Julia y el escribidor, novela principalmente biográfica, cuenta su experiencia tras trabajar en la Radio Panamericana de Lima, en 1953. Personificado en Pedro Camacho, menciona su relación con la literatura y las inquietudes propias de identificarse a sí mismo como escritor por la desvalorización social que alguna vez sintió. Además cuenta anécdotas en distintos medios de comunicación en los que trabajó y pistas de cómo fue su primer matrimonio. Reconoce haber querido alternar capítulos de pura realidad con otros de invento, pero que en la práctica fue imposible, ya que, según dice, “el elemento imaginario se filtra, se instala y se incorpora irremediablemente a lo que uno escribe” (6). Y pasa lo mismo con los capítulos supuestamente de pura invención en donde la realidad se inmiscuye. Ese es el privilegio del cual se puede hacer uso y abuso si se trata de literatura.
Vargas Llosa declara haber descubierto la importancia de la forma en la literatura leyendo a Faulkner. Según dice, todo va en cómo se cuenta la historia, lo que se elige resaltar y lo que se esconde, sobre qué quieres persuadir, porque hasta “en un gran reportaje o una crónica, también la forma da o quita interés y persuasión al texto”, recalca (7).
El chileno Joaquín Edwards Bello (1887-1968) es otro ejemplo de periodistas que han incursionado en la literatura. En 1943 ganó el Premio Nacional de Literatura y años más tarde, en 1959, recibió el Premio Nacional de Periodismo (8). El trabajo literario que desempeñó se lo debió, en gran parte, al periodismo ya que fue su base en materia narrativa para publicar novelas posteriormente. Poseedor de una pluma ácida y denunciante fueron sus principales características, que le permitieron describir una sociedad arribista, siútica, esnob y doble standard.
Ridiculizó tanto el comportamiento de la clase alta como el de los sectores bajos. Asimismo, su desempeño en el periodismo y en la literatura lo obligaron a abstraerse, debido a que sus comentarios no eran bien recibidos en ninguna parte. Por eso algunas repercusiones de sus novelas como El Roto o El inútil (1919) le trajeron grandes dificultades y, con esta última, se vio obligado a buscar refugio en Brasil, por lo menos hasta que se calmaron las aguas, ya que aludía a la estratificación social en la que estaba inmerso e indirectamente a su familia (9). Trabajó para medios como la revista Pluma y Pincel y el diario La Nación, entre otros. Durante 23 años escribió crónicas, mientras era corresponsal de guerra en Europa; lo que también le permitió cubrir la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española (10).
Con respecto a cómo afectó su paso por el periodismo su literatura, más bien diría que ambas disciplinas se favorecieron, se nutrieron mutuamente. Sin embargo, yendo más lejos, en este caso particular, me atrevería a decir que aquí el principal afectado fue él mismo, porque fue una víctima de sus letras; es decir, de lo que escribió en periodismo y en sus novelas. La frase “…descubrir, donde antes había solo un hecho, al ser humano que está detrás de ese hecho, a la persona de carne y hueso afectada por los vientos de la realidad...” (11), parece describir a Edwards y la fórmula que tenía de ver las cosas. El hecho de ser un buen observador le facilitó caracterizar el modelo de una sociedad compleja, pero que le dio la espalda, incluso su familia. “Joaquín fue un gran fracaso, un fracaso con grandeza, porque nunca llegó a ser el escritor que quería ser, no fue Zola ni Eça de Queiroz…”, dijo Jorge Edwards, su sobrino (12).
J. E. Bello renegó de su condición social y no quiso seguir el camino de las leyes ni de los negocios como se lo establecía su familia. A cambio prefirió la literatura y, poco a poco, se fue aislando de sus lazos sanguíneos. Su sobrino agrega: “Cuando en mi familia hablaban de él, decían el inútil de Joaquín, el vago de Joaquín, el degenerado de Joaquín. Lo detestaban y él los detestaba”. Edwards Bello vivió con la idea de que no pertenecía a donde nació y despotricó todo lo que lo rodeó. Era rechazado donde quiera que fuese. Quizás por eso sintió la necesidad, hasta en sus últimos días, de decirles a sus amigos que él se encargaría de acabar consigo mismo; “Si alguna vez me suicido, digan que fue así. Si no van a correr el mito, en este país de mitómanos, de que me asesinaron” (13). Vivió con la paranoia de que el resto seguiría atentando contra él y dirían que lo asesinaron; por eso, como en la literatura, Joaquín Edwards Bello quiso poder escribir el fin de su propia historia. Y como en el periodismo, no quiso mentiras. Dicho y hecho.
hola, buen blog, aunque no entendemos muxo, pero es como nice, no ??, ve nuestro primer video http://es.youtube.com/watch?v=RnxHx8Jk-6o
ReplyDeletesALU2 M.P.
Felicidades, por el post me ha resultado brillante, eché en falta algún comentario sobre los mediocres que aquí empezaron como periodístas y han terminado escribiendo bestseller de mierda.
ReplyDeleteSaludos.
Creo que en lo que te puede ayudar el periodismo para la literatura es en la disciplina de tomar la materia prima de la realidad y moldearla con los cinceles y las manos callosas de las palabras. Pero, claro, un gran y disciplinado periodista no necesariamente termina en ilustre escritor; me parece que es pura cuestión de probabilidades y obsesiones (yo soy microbiólogo y ya ves...).
ReplyDeleteGracias por tenerme acá. Saludos.
Veo que he encontrado una compañera de intereses...el periodismo corre por mis venas y ese escrito es brillante.
ReplyDeleteTe mando un beso grande...