Sunday, April 05, 2009

UN MAESTRO DE LA SOSPECHA

Friedrich Nietzsche (1844-1900), en “La gaya scienza” y selección de textos, también nos invita a concienciar sobre la importancia del pensamiento crítico para la afirmación de la vida; y para ello propone una transvaloración de todos los valores reinantes. Por eso dice que su verdad es terrible: pues hasta ahora a la mentira se la ha venido llamando verdad. Cuestiona el hecho de que en la sociedad, caracterizada por estar envuelta en el pensamiento calculador del proceso de la modernización, nadie se atreva a preguntar sobre lo que nadie pregunta. Es decir, todos acatan lo que se nos impone sin cuestionar si ello estará bien o mal, sólo obedecemos como meros súbditos. Por ende, cabe preguntarse si ¿lo bueno es bueno? ¿Lo malo es malo? Quizás, ¿la forma de entender la vida es una forma de empobrecerla?

Nietzsche propone una valorización distinta, que vaya más allá de lo que se tiene establecido por bien y por mal, al trasfondo de las cosas, a una nueva visión de la vida. Asimismo, los valores estarían en el campo de la moral y habría que preguntarse si los valores que nos animan son los adecuados. Todo esto, según Nietzsche, debiese ser una tarea a realizar indefectiblemente y, sobre todo, garantizada. Es así como llega a plantear que los valores están construidos sobre falsos dioses materializados en falsos fundamentos. Eso se podría ver a través de lo enseñado como valores supremos, ya que no serían más que valores de décadence, que han hecho que la moral impuesta nos obligue a renunciar a nosotros mismos, a nuestra naturaleza, a los deseos y a la esencia; pues los valores tomados a considerar nos han reprimido como personas. Por esto es que hace un llamado a arriesgarse, pues piensa que falta la capacidad de afectación, al pathos, a la disposición a la vida, a recibir, a dejarse tocar y golpear, tratando de reconocer lo que es vivir, y no, simplemente, dejarse llevar en la sobrevivencia sino que debemos estar dispuestos a la exposición a la vida, al riesgo. Por lo tanto, si Kant nos dice: “¡Atrévete a saber o pensar!”, Nietzsche nos dice: “¡Atrévete a vivir!”. La grandeza de los espíritus fuertes estaría en que ellos sí se atreven a vivir, se arriesgan y sienten. En cambio, la decadencia la encarnan los espíritus débiles y cobardes que se esconden bajo el pensamiento calculador y quieren seguridad a través de simplificar la vida, lo que se transforma en la atenuación de la experiencia de la vida, en excluir la complejidad, en ocultar la vida y eso hace que no se viva como se debiese, y, por lo tanto, no se deja ser completamente. Mucha influencia en eso tendría el hecho de estar demasiado delimitado por la sociedad el concepto de lo bueno y lo malo, como, por ejemplo, lo que encarna el espíritu dionisiaco y lo apolíneo. El primero estaría asociado a lo que encarna al vino, las fiestas, el cuerpo, el baile, el juego, la emoción, al impulso del eros; es decir, a la energía afirmativa, a disponerte. En cambio, lo apolíneo se asocia al orden, a la medida, al principio de seguridad, al logos: la razón, el control y la organización.

Por otro lado, el autor de “Así habló Zaratustra” dice que lo que lo separa del resto de la humanidad –o sea, de cuestionarse aspectos que los demás pasan por alto- es haber descubierto la moral cristiana: “Por eso necesitaba yo una palabra que tuviese el sentido de un reto lanzado a todos. No haber abierto los ojos antes en este asunto representa para mí la más grande suciedad que la humanidad tiene sobre la conciencia, un engaño convertido en instinto, una voluntad de no ver, por principio, ningún acontecimiento, ninguna casualidad…”. Por esta razón es que el cristianismo estaría empapado de platonismo. Y por eso sería tan nefasto para la vida de un hombre, que debiese ser bajo plena libertad y autonomía, se le imponga un desprecio a lo corporal y a culpabilizar el placer, el espíritu dionisiaco. El hombre es un cuerpo, por ende, no se puede demonizar el proceso de reproducción del hombre; y la sociedad lo que ha hecho es disciplinar el principio del placer, el deseo sexual, el principio de la realidad; reprimir para el cumplimiento del placer. “Yo llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos, cuando elige, cuando prefiere lo que a él le es perjudicial”. El proceso civilizatorio inhibe la experimentación, que el sujeto considere que él mismo es un experimento, que no se atreva a vivir. Por lo mismo, el mejor prototipo humano para Nietzsche es el artista, el creador, el que expone la experiencia de la vida, ya que el resto de los hombres estarían en otra parte, en un tránsito creyendo que el sentido de vivir tendría un significado ulterior, sin embargo, el sentido de la vida es estar aquí. Así, lo invisible es lo valorado y lo despreciable es lo visible; el cuerpo, esta vida, y no hay pruebas de aquello que se me pide que se valore, ya que se aprecia una suerte de contradicción en valorar las restricciones y no el dejarnos ser. Pero esa contradicción que vive el hombre, dice Nietzsche, tarde o temprano va a estallar. Porque todo lo valorado tomará una significación opuesta y entonces nos daremos cuenta de que Dios ha muerto y que nosotros lo hemos matado; su declive lo anuncia la organización religiosa de la sociedad. “Lo que cuento es la historia de los dos próximos siglos. Describe lo que sucederá, lo que no podrá suceder de otra manera: la llegada del nihilismo”. La conciencia de un despilfarro de fuerzas, en donde los verdaderos valores son desechados por nosotros mismos y el medir el valor del mundo por categorías de un mundo ficticio sería la causa del nihilismo.

Por consiguiente, el súper hombre para Nietzsche es el hombre nuevo que reconoce que Dios ha muerto; el que decide vivir con sentido, tomar responsabilidad de que mí depende el sentido de la vida, hacerse cargo de ella y de uno mismo. Si no entendemos eso, difícilmente podremos dejar de ser sobrevivientes y menos recuperar la autonomía individual ni alcanzar un ethos social con más altura de miras, basado en la razón, el sentido y en el pensamiento reflexivo.